LIBRES

Gálatas 5:1

Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.


Jesús nos ha hecho libres.

Si seguimos viviendo en esclavitud es porque nosotras queremos.

Dios nos anima a caminar en esa libertad, a permanecer firmes en ella y a no estar más sujetas al yugo de la esclavitud.

La libertad es un regalo  de Jesús, que se nos da y se recibe exclusivamente por fe. Hoy en día, la gente vive en la búsqueda precipitada de una libertad falsa, esa "libertad" que pensamos que conseguimos cuando damos rienda suelta a nuestros deseos, cuando hacemos lo que nos place en el momento que queremos, cuando no damos cuentas a otros, cuando entramos y salimos sin depender de nadie.

Pero eso no es libertad. Libertad es saber que no hay nada que haga o que no haga que me puede separar del amor de Dios. Libertad es saber que mi vida eterna está garantizada. Libertad es saber que Cristo pagó por mis culpas para que nadie pueda obligarme a ganar una salvación que ya tengo. Libertad es saber que la culpa, la condenación, el pecado, han sido vencidos por la obra de Jesús en la cruz en mi favor.

Pablo nos exhorta a estar firmes en esa libertad ¿por qué? Porque podemos ser engañadas por otros o por nosotras mismas a regresar a la esclavitud de la ley, de las normas, de las reglas como canal para ganar el favor de Dios.

El gran evangelista DL Moody ilustra este punto con una cita de una antigua  ex esclava en el Sur después de la Guerra Civil:

Al ser un antigua esclava, ella estaba confundida acerca de su situación y le preguntó: Ahora soy  libre, ¿o no lo soy? Cuando voy a mi antiguo amo me dice que no soy libre, y cuando voy a mi pueblo dicen que lo soy, y yo no sé si soy libre o no. Algunas personas me dijeron que Abraham Lincoln firmó una proclamación, pero el amo dice que no lo hizo, que él no tiene ningún derecho a hacerlo.
Muchos cristianos se confunden en un mismo punto. Jesucristo les ha dado una "proclamación de la emancipación", pero su "viejo amo" les dice que son aún esclavos de una relación legal con Dios. Ellos viven en la esclavitud porque su "viejo amo" los ha engañado.”

¿Por qué, sin embargo, nos empeñamos en seguir viviendo una vida en paralelo en la que nos esforzamos en ganar el amor de Dios?

¡Ya basta!

Dios te ama a pesar de tu pecado.
Dios te ama a pesar de que estés lejos de Él.
Dios te ama aunque tu corazón vaya en pos de otras cosas.
Dios te ama aunque estés confundida, frustrada o no entiendas la situación que estás atravesando.

Dios te ama y te ha hecho libre a través de Jesucristo. No vuelvas atrás ahora. Tu libertad tuvo un precio demasiado alto.

EL VALOR DE LA DISCIPLINA

Ahora que mis hijos son adultos, me doy cuenta más que nunca la importancia de la disciplina. El temor que tenía en aquellos primeros días realmente era infundado. Al contrario, ahora no tengo ninguna duda de que mi disciplina preparó el camino para que tengamos la relación armoniosa de la cual gozamos hoy. La disciplina desarrolla respeto; profundiza las relaciones. Y eso también es cierto en cuanto a nuestra relación con Dios.
Después de todo, aunque nuestros padres humanos nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de los espíritus, para que vivamos? En efecto, nuestros padres nos disciplinaban por un breve tiempo, como mejor les parecía; pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad (Hebreos 12:9-10).
Si podemos entender el valor de la disciplina en el contexto de un padre terrenal con sus hijos, ciertamente podemos apreciar hasta cierto grado el inmenso valor de un Padre celestial que se toma el tiempo para disciplinar a sus hijos. No solo es poco agradable estar cerca de ellos, sino que su comportamiento casi siempre se inclina hacia aquellas cosas que son destructivas.
He notado en los jóvenes de nuestra iglesia que los adolescentes que tienen inclinaciones al tabaco, a las drogas, y al alcohol, por lo general,  son aquellos que provienen de hogares en los que hay poca disciplina. En donde haya una deficiencia en el área de la disciplina, se está propenso a un comportamiento destructivo. No estoy seguro de entender completamente la relación entre ambas cosas, pero he visto  este patrón lo suficiente como para saber que existe una relación.
Dios también está consciente de esa relación. Él sabe que a menos que nos discipline, es probable que le permitamos al pecado que tome un curso destructivo (ver Santiago 1:15). Él está consciente de las consecuencias finales del pecado cuando se le permite pasar sin obstáculos. El amor que siente por nosotros no le permite quedarse inmóvil y observar que nuestras vidas se están destruyendo; por eso interviene con la disciplina.
Todo padre conoce el dolor y la pena que da cometer el error de ser demasiado severo con su disciplina a un hijo que no tenía culpa de nada. Sin embargo, aun con la posibilidad de repetir esos desatinos, un buen padre mantiene la rutina de la disciplina, puesto que la importancia de la disciplina vale el riesgo de errar ocasionalmente.
Si creemos que cualquier padre terrenal debe continuar disciplinando a sus hijos, sabiendo que de vez en cuando esa disciplina va a ser injustificada o va a ser administrada de manera incorrecta, cuanto  más deberíamos apoyar a un Padre perfecto, omnipotente y celestial que disciplina a sus hijos. Si respetamos a nuestros padres terrenales e imperfectos cuando nos disciplinan de acuerdo a lo que saben, podemos estar seguros de que nuestro Padre celestial va a estar perfectamente consciente de nuestras necesidades individuales.
Hay otra diferencia principal entre la disciplina de nuestros padres y la de Dios. Tiene que ver con el propósito. A menudo, las razones principales por las que fuimos disciplinados por nuestros padres fueron para que nos “comportáramos” o para que fuéramos “buenos”. Otras veces, sus razones fueron egoístas; sencillamente no querían quedar mal. Nuestro padre celestial tiene un plan diferente. El escritor de Hebreos lo redacta de la siguiente manera:
En efecto, nuestros padres nos disciplinaban por un breve tiempo, como mejor les parecía; pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella (Hebreos 12:10-11).       
El objetivo de Dios al disciplinarnos no es simplemente para que sepamos comportarnos. Su propósito es hacernos santos, llevarnos a ser como su Hijo. Quiere que sintamos el mismo odio por el pecado que él, un odio que va a hacer que nos separemos no solo de la práctica del mal, sino también de la mera apariencia del mismo. 

A través de este proceso, nuestro carácter será bien afinando para reflejar el carácter de Dios mismo. Dios conoce nuestro interior, Él es capaz de diseñar nuestra disciplina de tal manera que pueda llevar a cabo eso mismo.

SIETE SEÑALES ALENTADORAS DEL TIEMPO DEL FIN

No todas las señales relacionadas con el regreso de Cristo son negativas (guerras, hambre, terremotos, etcétera). Muchas son muy alentadoras y emocionantes. Hay siete acontecimientos que se han dado a conocer y que continúan revelándose, los cuales son parte de la restitución, y dan evidencia de la venida de Cristo. Estos son:
1.         Israel sería restaurado como nación en un día (Isaías 66:7-8; Oseas 3:4-5; Zacarías 3:9).
2.         La tierra de Israel comenzaría a florecer y sería fructífera (Isaías 27:6; 35:1-8).
3.         Surgiría agua en el desierto para irrigación (Isaías 35:6-7; 41:18).
4.         Jerusalén estaría en manos judías y extendería sus fronteras (Salmos 102:16).
5.         Los judíos dispersos en las naciones gentiles situadas fuera de Palestina regresarían a Israel (Isaías 43:5-6; Jeremías 16:14-16).
6.         En los últimos días volverían la lluvia temprana y la tardía (Oseas 6:3; Joel 2:23; Amós 4:7).
7.         Los muros de Jerusalén serían reedificados por extranjeros y las puertas estarían continuamente abiertas (Isaías 60:1-11).
El proceso de restauración de Israel comenzó durante el siglo diecinueve con el nacimiento del Movimiento Sionista, pero se manifestó al mundo el 14-15 de mayo de 1948, cuando David Ben-Gurion y otros hicieron una proclamación declarando un nuevo estado para los judíos llamado Israel. Parte de la proclama decía: “El estado de Israel estará abierto para la inmigración de los judíos y para la Congregación de los Exiliados”. En cuestión de horas, los ejércitos árabes avanzaron hacia la recién nacida nación de Israel para abortar el plan. Así como el antiguo Israel tuvo que tratar con siete naciones que vivían a su alrededor en tiempos de Josué (Deuteronomio 7:1), en 1948 los judíos tuvieron que lidiar con tropas de siete naciones árabes vecinas que anunciaban a los judíos que los “arrojarían al mar”. Se desencadenó una guerra de independencia en la cual Israel sobrevivió de manera asombrosa. Hoy en día ellos de jactan de tener uno de los ejércitos más avanzados del mundo.
Una de las metas de Ben-Gurion era cumplir la profecía de Isaías y hacer florecer el desierto con vegetación. En 1953, a la edad de sesenta y siete años, Ben-Gurion renunció como primer ministro de Israel para perseguir su sueño. El antes líder israelí y su esposa Paula se mudaron a una vivienda rústica prefabricada de madera de tres habitaciones en Sde Boker en el desolado desierto del Neguev. Era un paisaje, vacío, achicharrado por el sol. Años después, Beerseba, la ciudad donde vivió Abraham, se convirtió en una gran ciudad, y hoy en día hay más de cincuenta y cuatro granjas diseminadas por toda la región llamada el Arabá —el Neguev y la parte sur de Israel— que producen tomates, ajíes, melones y una gran cantidad de frutas y verduras. En la actualidad, el desierto está floreciendo.
Ben-Gurion y otros israelíes que se establecieron tempranamente fueron también responsables de la instalación de conductos de agua para ayudar en la irrigación. Años después, los satélites de Estados Unidos descubrieron debajo del desierto un inmenso depósito de agua, el cual actualmente es bombeado y constituye la corriente vital usada para el proceso de irrigación por goteo, permitiendo que el desierto florezca con la vida agrícola.
En 1967, las fuerzas militares egipcias, encabezadas por el presidente Gamal Abdel Nasser, amenazaron a Israel y estaban planeando un ataque. Israel se adelantó al ataque con una campaña aérea, destruyendo la fuerza aérea egipcia mientras sus aviones todavía estaban en las pistas. Durante la Guerra de los Seis Días que involucró a Egipto, Jordania y Siria, los paracaidistas israelíes se apoderaron de la mitad oriental (árabe) de Jerusalén. En ese tiempo, esa sección era conocida como Transjordania. Al finalizar la guerra, Israel anexó tanto la parte oriental como la occidental de Jerusalén, formando una Jerusalén unida bajo el control israelí. En ese momento Jerusalén fue unida como una ciudad sin murallas y se convirtió en la largamente prometida capital de Israel.
Aunque desde 1948 a 1967 los judíos continuamente inmigraron a Israel desde las naciones vecinas, a los judíos rusos que vivían detrás de la Cortina de Hierro se les prohibieron las visas para dejar la fortaleza comunista. En la última parte de la década de 1980, con la aprobación de Mikhail Gorbachov, los judíos recibieron visas para regresar a Israel desde la región norte de la Unión Soviética, cumpliéndose así las promesas que Dios les dio por medio de los profetas Isaías y Jeremías miles de años antes.
Años más tarde, a principios de la década de 1990, hubo un rápido retorno de las lluvias físicas que empaparon el suelo de Israel, reponiendo y nutriendo las tierras de labranza, los desiertos y los Altos del Golán. Cuando se abrieron las ventanas de los cielos, las una vez secas cuencas de los ríos se llenaron de agua fresca. Fue una señal del regreso de las lluvias tardías sobre la tierra.
Actualmente, la antigua ciudad de Jerusalén es compartida por las tres religiones monoteístas del mundo: el islam, el judaísmo, y el cristianismo. De las ocho puertas construidas en las murallas de la vieja ciudad, solamente una, la Puerta Oriental, permanece sellada con grandes piedras. Todas las demás puertas están abiertas para los ciudadanos y los visitantes. Se ve a los niños andar por las calles continuamente en medio de los ruidos de los ómnibus y los automóviles, corriendo ocasionalmente entre la multitud que llena las avenidas en el transcurso de todo el día.
La restauración en siete fases que ya está ocurriendo es una señal del tiempo del fin y la evidencia de que el Mesías pronto regresará. Somos la generación que ha presenciado la culminación de estos eventos durante un periodo específico, y creo que somos testigos de otros muchos peldaños proféticos mientras se prepara el escenario y el telón está a punto de levantarse para otro acto del drama de los tiempos finales.