DE LA AFLICCION A LA ADORACION


Hoy día padecemos una seria confusión al tratar de conciliar la naturaleza de la adoración y la naturaleza del sufrimiento, el dolor, la angustia. Pareciera que una persona que está sufriendo no encuentra fuerzas para adorar con libertad y discernimiento, pues, la estorban ciertas actitudes pecaminosas que surgen de la angustia. El caso de Ana puede ayudarnos a superar esa distorsión. Ana era la esposa de Elcaná, pero no era la única, había otra, Penina. Ambas mujeres acompañaban cada año a su esposo para adorar al Señor. Ambas amaban a su esposo. Él las amaba a ambas y proveía para las dos. Pero ambas actuaban de maneras diferentes en la adoración, ya que su entendimiento de ella era diferente (vea 1 Samuel 1). Ana callaba y lloraba con amargura, Penina hablaba palabras altaneras y arrogantes para humillar a su rival, porque Ana no podía darle hijos a Elcaná.

Su condición de mujer estéril, en su época, significaba toda una calamidad para quien la padecía. De esa aflicción se derivaban varios problemas. Uno de ellos era económico. Sin hijos no habría quién la cuidara en su vejez si llegara a enviudar. Pero en ese momento, la mayor preocupación de Ana, era su condición social, cómo la miraban los demás. La esterilidad representaba una mancha para ella. Ana enfrentaba a diario las maliciosas e intrigantes palabras de Penina.

Elcaná, a pesar de ser un buen esposo, no alcanzaba a entender su profundo sufrimiento, pues pensaba que él era suficiente para ella. Por supuesto, él ya había procreado hijos con Penina. Podría decirse que su perfil encajaba más con el de las mujeres que escuchan que con el de las que hablan. Pero llegó el día en que sintió que ya había escuchado suficiente a Elcaná y a Penina —el primero no entendía su dolor y la segunda, entendiéndolo muy bien, sacaba ventaja de ello para causarle mayor humillación— y a lo mejor, también había escuchado bastante a Dios. Ana había llegado a su límite del aguante.

Dejemos que Ana nos enseñe cómo consiguió ser una adoradora en espíritu y en verdad en medio de la aflicción.

La adoración en medio de la aflicción es…


Reconocer el papel de Dios en mi vida


En medio de su humillación cotidiana ella reconocía que Dios es quien toma las decisiones (1Samuel 1:6–7)

Nuestras luchas y dolores más profundos no impiden, necesariamente, que nos mantengamos conscientes de la soberanía de Dios. Esa conciencia es la que nos ayuda a diferenciar entre lo que somos y lo que él es. Ese es el primer paso para adorar en espíritu (Juann 4:23–24). Ana se sabe impotente para alcanzar su mayor anhelo, pero a la vez sabe que solo Dios decide si ocurrirá lo imposible. Una mirada a su cántico en el capítulo 2 nos puede dar una idea de cómo se sentía antes de concebir. Se sentía débil (4) para cambiar el rumbo de su historia, estaba hambrienta del placer de la maternidad (5), se sentía muerta por ser estéril (6), se consideraba pobre (8), pues, sin hijos, no recibía ninguna honra en la sociedad.

Pero esa sensación de carencia que la embargaba la ayudó a enfocar su mirada en Dios y no en responder con máscaras a la lengua arrogante y altanera de Penina (2). No fingía la fuerza que no poseía (9), y no le importaba mostrarse débil (1.6–7). ¡Era ella misma! Una mujer amargada. No le importaba que su más implacable rival conociera tal cual se sentía. Ese es el primer paso para adorar en verdad (Juan 4:23–24). Cuántas veces nuestro corazón pecaminoso se dispone a disfrazarse y con ello lo único que consigue es que nuestra vida se fragmente. Dejamos de ser íntegras. Sin la integridad podemos resbalar en cualquier pecado —solo déle rienda suelta a su imaginación: fingir que no sufro para no darle el gusto, responder con la misma arrogancia buscando un motivo para humillar a mi rival (de cualquier índole), murmurar de la persona que me ofende.

Por eso ella pudo cantar «él [Dios] guarda los pies de sus santos» (9). Ella había experimentado con la herida abierta la fortaleza de ser ella misma. Así que, solo siendo fiel a lo que uno es, aun en medio de la aflicción, es posible adorar en espíritu y en verdad.}

Ser honesta ante Dios (1Samuel 1:10)


Una característica de adorar en verdad (Juan 4:23–24) consiste en no esconder lo que sentimos y lo que interpretamos de cómo Dios está actuando en nuestra vida. Precisamente así procede Ana. No llega ante Dios con ninguna máscara. Al contrario, «derrama su alma» (1.15). Se desnuda a sí misma ante Dios, sin dejar ninguna puerta con cerrojo, porque esconde algún sentimiento o pensamiento vergonzoso. Sabe que ante Dios no puede esconder nada, y su mejor medicina está en ser ella misma ante él.

Cuando describe a Elí la condición de su corazón, usa un lenguaje muy rico que nos permite acercarnos a su oración silenciosa delante del Señor: «atribulada de espíritu», carece de paz. ¡Y vaya si realmente no se libra una guerra diaria tener que pelear contra un enojo (1.6) causado por el veneno de una lengua como la de Penina! (2.3). Y sospecho que se entregaba a una guerra no solo contra ese enojo, sino también contra aquella sensación de desamparo que deja la falta de empatía del esposo, cuando este no consigue entender que él no es el único bien que puede disfrutar su esposa, que sus necesidades son serias y genuinas, y que soslayarlas profundiza el dolor.

«La magnitud de mis congojas» (1.16), le advierte a Elí que ese ha sido el contenido de su oración. Entre otras, le ha hablado a Dios de la pesadilla que ha significado para ella tener que interpretar que su esterilidad se debe a que él se ha olvidado de ella (1.11), pero que a la vez este pensamiento le causa compunción de espíritu porque se opone a su teología.

Mantenerse sobria (1.15)

Ella le asegura a Elí que «no he bebido vino ni sidra». Aun en medio de su aguda aflicción ha sabido ser objetiva. Perdemos lo objetividad cuando buscamos escapar del dolor que nos asedia por medio de la negación o de cualquier actividad que nos distraiga de él. Me llama muchísimo la atención que este sea uno de los imperativos previos a la exhortación a la santidad del apóstol Pedro en su primera carta a los cristianos que padecían injusticias por vivir de acuerdo a su fe (1.13–15). Es decir, mientras Ana se encuentre consciente de los pecados en los que ella puede caer por causa de su sufrimiento, o para escapar de él, podrá defenderse contra ellos. Eso es adorar en espíritu. Es la capacidad de mantener la mente en vigilia para no ceder ante ninguna tentación que me lleve a ofender a Dios. Ella lo sabía bien cuando en su cántico afirma «los impíos perecen tinieblas».

Esperar por completo en la gracia de Dios

El cronista afirma en su relato que «no estuvo más triste» (1.18). ¡Cómo pudo conseguir ya no estar triste? La sensación de tristeza se obtiene al combinar dolor, pesadumbre, aflicción, insignificancia… Es decir… esas sensaciones que suman la tristeza desalojaron su corazón. Realmente ella misma (1.18) y Pedro me ayudan a entender lo que ocurrió en Ana cuando Elí la despidió. La clave acá es la gracia de Dios. Solo en esa gracia Ana conseguiría ordenar en paz sus sentimientos y pensamientos (Fil 4.6–7). Eso es adorar en espíritu. Solo la gracia de Dios sería capaz de sanar las heridas de Ana causadas por Penina y Elcaná.

Unirme en la adoración comunitaria a los que me han lastimado

«Adoraron delante de Jehová» (1.19), y ella ya no sentía el enojo que la carcomía contra ellos. Eso es adorar en verdad. La genuina adoración no me da lugar a cuestionar la legitimidad de la adoración de los otros. Solo me alienta a entregar sencillamente mi propio corazón. En la adoración comunitaria, mi responsabilidad es centrarme en lo que Dios es y que solo por su gracia me es posible adorar. No es un privilegio que yo he ganado, es un privilegio que se me regalado.

Regocijarme en la respuesta de Dios

«Mi corazón se regocija en Jehová» (2.1), así inicia su cántico Ana. Detenerse a enlistar los atributos de Dios que intervienen en su trato para con nosotros desata un extenso examen de mis debilidades frente a su poder. Es así como se perfecciona la adoración.

¿QUIERES SER SANO?


Me encantan las historias bíblicas con un mensaje oculto. Cuando lo descubro, arroja nueva luz sobre mi propia vida. Una de mis historias favoritas está en el capítulo 5 del Evangelio según San Juan. Es la historia de la visita de Jesús a un lugar donde se encontraban centenares de personas, enfermas, ciegas, cojas y paralíticas. Estaban en Betesda, un estanque en Jerusalén, cerca de lo que se conocía como la puerta de las ovejas. Esas personas estaban acostadas alrededor del estanque en espera de la sanidad. Se suponía que el agua sería agitada y el primero que entrara en el estanque sería sanado.

Médico de los enfermos


Una de los detalles que me encantan de esta historia es que Jesús permaneció callado largo tiempo. Lo conocían por sus milagros, sus sanidades y su enseñanza radical. Él podía haber estado en cualquier otra parte hablando con cualquier persona en el planeta, gracias a su fama y al hecho de que él era Dios en forma humana. Tenía absoluto acceso al todopoderoso. No obstante, en lugar de acompañar a quienes estaban en la cima, escogió el estanque con los desposeídos, que esperaban un movimiento milagroso en el agua.

Puedo, apenas, imaginarme el espectáculo de aquellos desesperados, con heridas supurantes y cuerpos atrofiados. Los sonidos de quienes se quejaban de dolor y gritaban en agonía debe de haberlo convertido en el peor lugar para visitar. El olor a carne podrida y a enfermedad es probable que provocara el vómito en muchas personas, pero Jesús decidió estar allí. Me encanta eso del Señor.

Vida postergada


Cristo se acercó a uno de los enfermos que estaba acostado junto al estanque aquel día. Ese no era un hombre que hubiera oído de este lugar sanador y que viajara de una ciudad remota en busca de una sanidad instantánea. Este hombre era residente permanente de la comunidad que rodeaba tan afamado sitio; había estado allí treinta y ocho años. ¿Puede imaginarse la desesperación de una vida no vivida, no invertida, acostado junto a un estanque que nunca proveía sanidad? Treinta y ocho años perdidos en busca de algo que nunca sucedió mientras trataba lo mismo una y otra vez sin obtener, en absoluto, resultado alguno.
Entonces, aquel dichoso día, Jesús fue directamente a su lecho y le formuló una asombrosa pregunta que quiero planteársela a usted. Jesús no lo sanó, simplemente. No dio por sentado que el hombre deseara ser sanado después de haber pasado treinta y ocho años como inválido. En vez de eso, Jesús le preguntó: «¿Quieres ser sano?»

Ser o no ser


El hombre podía optar por aceptar o no ser sanado. Tenía que desearlo en su voluntad. Pudo haber decidido seguir sin sanidad para siempre y sostener algunas razones para ello. Pudo haber querido seguir sin ser sanado para poder permanecer acostado allí, pues pudiera haber estado acostumbrado a pedir y sabía que le resultaría más fácil con un grave problema de salud.
Pudo haberse sentido cómodo en su papel de marginado social. Pudo haber usado su enfermedad para apartarse del mundo y de otras presiones de la vida. Existen muchas razones por las que no hubiera querido la sanidad, aunque el Señor estuviera ofreciéndosela.
Jesús se tomó el tiempo para preguntarle si quería ser sano en vez de acercársele y sanarlo allí mismo.

El peso de la enfermedad


Preguntarle a un hombre que ha permanecido enfermo por treinta y ocho años si quiere ser sano no es nada extraño. A través de los años, he trabajado con muchas personas que pudieran haber experimentado la sanidad pero la rechazaron. Si Jesús les hubiera preguntado si querían ser sanos, hubieran respondido que no. Algunos de ellos siguieron con sobrepeso, porque esa condición les ofrecía algunos beneficios que no querían perder. Prefirieron la obesidad a la salud, porque les gustaba la invisibilidad; nadie les prestaba atención por ser gordos. Nadie hablaba con ellos ni les mostraba interés y eso les permitía sentirse cómodos y seguros.

Otros optaron por seguir siendo gordos, porque eso los protegía. Habían sufrido abusos deshonestos cuando eran niños, así que el ser gordos los resguardaba de convertirse en objeto del deseo de alguien. O por la falta de fuerza interior para establecer barreras en las relaciones, su peso les ofrecía una frontera portátil que pocos se atreverían a cruzar. En realidad, su peso no era una frontera, sino un muro protector, de modo que por eso optaban por seguir siendo gordos. Los beneficios para ellos eran demasiados como para preferir la senda de la sanidad.

Miedo al cambio


Conozco a adictos sexuales que han rechazado ser sanos. Sabían que estaban enfermos. Sabían que habían destruido su carácter, su dignidad, sus matrimonios, sus empleos, su relación con Dios e, incluso, su salud. Sabían todo eso, pero decidieron aferrarse a su enfermedad. Se negaron a tomar las decisiones que los viciosos sexuales toman cuando optan por ser sanados y sentirse bien. La intensidad y la relación con el vicio continuó siendo un atractivo más fuerte que la esperanza de la intimidad auténtica y una relación basada en el amor, así que decidieron seguir enfermos.

He hablado con esposas de alcohólicos que se negaron a ser sanadas. Estas mujeres estructuraron su vida alrededor del alcoholismo de su esposo y vivían en reacción a las acciones de él y a cuán mal se comportaba. No tenían vida propia, sino la vida de encubrir a su hombre enfermo. Esas bienintencionadas mártires sostenían a su alcohólico dándole el trago y se mantenían a sí mismas al margen de la vida, mientras trataban de controlar lo incontrolable. Se perdieron y se negaron a tomar algunas decisiones sanadoras que podrían haberlas llevado de vuelta a la vida que Dios había diseñado para ellas. Decidieron seguir siendo las mismas.
Optaron por permanecer en sus lechos, en el estanque de la compasión de sí mismas y en su vergüenza, en vez de levantarse y andar por la senda de la sanidad.

Conozco a mujeres que fueron cruelmente maltratadas cuando eran niñas...Ellas decidieron seguir aferradas a la amargura y se negaron a ser sanadas Conozco a mujeres que fueron cruelmente maltratadas cuando eran niñas. Conozco a mujeres que repetidas veces fueron violadas por sus padres y guardaron silencio durante años. El abuso fue horrible y su enojo y su amargura estaban justificados. No querían separarse de esos sentimientos y nadie las culpaba, pero, años después, aún seguían afectadas por el agravio.

No estaban dispuestas a dar los pasos hacia la sanidad para que ese abuso se volviera solo parte de su vida, no el factor dominante. Ellas decidieron seguir aferradas a la amargura y se negaron a ser sanadas y, así, el abusador, sin estar con ellas, siguió influyendo en su vida y las mantuvo estancadas. Aunque les haya parecido imposible, bien pudieron haber hallado la sanidad. Usted pudiera ser una de esas personas que ha optado por seguir en su actual condición en vez de ser sanada. Pero ahora está leyendo este artículo que pudiera llevarla por una senda distinta. Hoy es un día diferente para usted.

Tomar el paso


Usted es una persona interesada en arriesgarse a llevar una vida diferente. Quiere saber qué y cómo hacerlo o, al menos, siente la curiosidad por saber si alguien pudiera brindarle alguna esperanza.

Me alegro de que haya escogido comenzar a dar los pasos hacia la sanidad. Estoy seguro de que, si eso es lo que usted desea, va a experimentar algún nivel de sanidad como fruto de su decisión de buscar un cambio. Su sanidad pudiera ser física, o emocional o, quizás, hasta espiritual. No sé lo que Dios guarda para usted, pero sí estoy convencido de que el Señor desea, ardientemente, intervenir en su vida.

Cuando Jesús se encontró con el hombre en el estanque de Betesda, le preguntó si quería ser sano. Afortunadamente, el hombre sí deseaba la sanidad y cuando Jesús le ordenó que tomara su lecho y anduviera, lo hizo. Fue sanado después de treinta y ocho años. ¿Cuánto tiempo lleva usted?

No sé cuánto tiempo ha luchado usted, pero sé lo siguiente: es tiempo de que recoja su lecho y ande, o recoja su lecho y llore, o recoja su lecho y vaya a una reunión, o recoja su lecho y tome su medicina, o recoja su lecho y ayude a otra persona o recoja su lecho y pronuncie una sencilla oración de entrega para tomar la senda hacia la sanidad. Es tiempo de que recoja su vida y experimente todo lo que Dios ha guardado para usted.

MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO


Estudio sobre la vida de 50 mujeres del A.T. 

Sus preguntas y explicaciones, al final de cada estudio biográfico, son una fuente de sugerencias sobre cada una de ellas.

Es un excelente estudio, descargalo y leelo.

JESUS NOS COMPRENDE


Hebreos 4:15 afirma que Jesús experimentó cada emoción y sufrió cada sentimiento como usted y yo, pero lo hizo sin pecar. ¿Por qué Él lo hizo sin pecar? Porque no tenía sentimientos erróneos. Él conocía las Escrituras en cada área de su vida, porque pasó años estudiándolas antes de comenzar su ministerio.

Usted y yo nunca seremos capaces de decirles no a nuestros sentimientos si no tenemos dentro un fuerte conocimiento de la Palabra de Dios. Jesús tenía los mismos sentimientos que tenemos, pero nunca pecó por ceder a ellos.

Cuando estoy dolorida por alguien y me siento enojada o disgustada, me conforta mucho levantar mi rostro, mis manos y mi voz al Señor y decir: "Jesús, me alegra tanto que tú comprendas lo que siento en este momento y que no me condenes por sentirme así. No quiero ventilar mis emociones. Ayúdame, Señor, a superarlas. Ayúdame a perdonar a quienes me han juzgado mal y a no desairarlos, evitarlos o buscar devolverles el daño que me han hecho".

¿Por qué no inclina su cabeza usted también y le agradece al Señor por entenderlo? Ore conmigo: "Gracias, Señor, por entenderme y no condenarme. Gracias por no dejarme. Te pido ayuda, que yo pueda ser más comprensivo como tú lo eres".

FAVORITISMO ENTRE HIJOS


¿Puede haber algo peor para una madre que tener un hijo, a quien ha amado y acariciado a lo largo de sus años de crecimiento, que se mude muy lejos, y que nunca más vuelva a verlo ni a oír de él? Creo que sí. Saber que ella era la causa de la partida de ese hijo empeoraba mucho más el dolor de su ausencia. Eso es lo que le ocurrió a Rebeca, la madre cuyos sueños para su hijo favorito, Jacob, la movieron a tomar decisiones necias y cosechó trágicas consecuencias. Veamos cómo sucedió esto.

En los tiempos bíblicos, los nombres significaban algo. Había una razón por la cual los hijos de Isaac y Rebeca tenían los nombres Esaú y Jacob. En verdad, existía más de una razón, como usualmente sucede. El razonamiento obvio fue lo que sus padres vieron cuando sus hijos nacieron: Esaú tenía mucho pelo y era, probablemente un bebé muy agresivo, así que el nombre Esaú era adecuado. Jacob, por supuesto, nació asido con la mano del tobillo de su hermano, así que "el que toma por el calcañar" lo describía perfectamente. Pero a menudo los nombres se vuelven proféticos, como vemos en la vida de estos gemelos cuando llegaron a ser hombres. Esaú era sin duda el más agresivo físicamente de los dos, mientras que Jacob siempre estaba buscando una manera de detener a Esaú en su camino y tomar de él algo de valor sobre lo cual pudiera poner sus manos, aunque eso implicara artimañas y engaño.

¿De dónde heredaron estos muchachos esas características? Esaú era inclinado a las actividades al aire libre, tal vez muy semejante a su padre Isaac. Jacob, por su parte, mostraba muchos de los rasgos de su madre, incluyendo el uso de artimañas y engaño para salirse con la suya. Rebeca -hermosa y casta virgen como era cuando se casó con Isaac- tenía el primer premio en cuanto se refiere a engaño. No le bastaba que Jacob hubiera procurado la primogenitura de su hermano; ella quería que su preferido lo tuviera todo, incluyendo la parte del león de las bendiciones patriarcales, que eran lo mismo que profecías para el futuro de los hijos. Rebeca estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para ver que Jacob obtuviera esa bendición.

¿Qué movió a Rebeca a estar dispuesta a recurrir a esos medios tan arteros? ¿Podría ocurrir que, como muchas madres, su amor por su hijo a veces anulara su buen criterio? Posiblemente. Sin embargo, creo que fue más que eso. Rebeca había permitido que su amor por su hijo sobrepasara no sólo al amor por su otro hijo, Esaú, y aún por su esposo Isaac, sino también su amor por Dios. Y ésa es una situación muy peligrosa.

Jesús advirtió acerca de esto cuando dijo: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:26). Obviamente, Jesús no estaba diciendo que teníamos que odiar o despreciar a los integrantes de nuestra familia, ni siquiera a nosotros mismos, para ser sus discípulos; lo que estaba diciendo es que Él debe estar primero. En la vida de Rebeca, esto no sucedía. La honorable posición de maternidad, a la cual había sido llamada por Dios, fue deshonrada por sus prioridades equivocadas.

Rebeca, por su desordenado amor por su segundo hijo, consiguió su ayuda para engañar a Isaac, que ya era anciano y ciego, como si estuviera yaciendo en el lecho de muerte, a merced de una familia en la que él debería haber podido confiar. Rebeca había oído al pasar que Isaac le pedía a Esaú algo de su comida favorita como parte de la ocasión en que daría su bendición al hijo mayor. Sabiendo que a Esaú le llevaría bastante tiempo cazar, aderezar y preparar la caza, ella intervino sustrayendo dos cabritos del rebaño y cocinándolos antes de que Esaú pudiera regresar. Luego envió a Jacob -disfrazado como Esaú y llevando la comida- a engañar a su padre.

Aunque Isaac sospechó al principio, el engaño funcionó, y la bendición dispuesta para Esaú le fue otorgada, en cambio, a Jacob. Cuando Esaú regresó con la carne que había cazado y preparado para su padre, se dio cuenta que ya era demasiado tarde. Aunque lloró y rogó a su padre que también lo bendijera, Isaac rehusó revocar la bendición original. Aunque había sido otorgada mediante artimañas, no sería retirada. En el camino había quedado poco de bendición para Esaú.

No hace falta decirlo, esto hizo escalar la rivalidad entre los hermanos hasta que llegó a ser un profundo odio dentro de Esaú y un peligro para Jacob.

"Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob" (Génesis 27:41).

Aparentemente, aunque hablaba consigo mismo, pronunció esas palabras en voz alta porque el versículo siguiente nos dice que cuando Rebeca supo lo que había dicho Esaú, envió a llamar a Jacob y le dijo: "...Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán, y mora con él algunos días, hasta que el enojo de tu hermano se mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho; yo enviaré entonces, y te traeré de allá" (Génesis 27:42-45).

Luego Rebeca aumentó el engaño al mentirle a Isaac, diciendo que ella deseaba enviar a Jacob a la familia de su hermano para encontrar una esposa a fin de que no eligiera casarse con una de las mujeres paganas de donde vivían. Isaac estuvo de acuerdo y "así envió Isaac a Jacob" (Génesis 28:5).

Qué trágico. Como resultado del engaño de Rebeca, su amado Jacob fue obligado a huir por su vida. La pobre Rebeca seguramente subestimó la medida del enojo y el resentimiento de Esaú hacia su hermano porque le dijo a Jacob que una vez que el enojo de Esaú se acabara y olvidara lo que le había hecho, ella le avisaría para que regresara. Lamentablemente, Rebeca murió antes de que ese día llegara. Cuando Isaac "envió... a Jacob" (Génesis 28:5), fue la última vez que esta madre anciana vio a su hijo favorito. En cambio, terminó sus días con un esposo que había perdido mucho la confianza en ella, debido a su participación en el engaño de Jacob. Luego, una vez que Isaac murió, todo lo que le quedó a Rebeca fue Esaú, un hijo que siempre recordaría la participación de su madre para ayudar a Jacob a robarle la bendición del padre. Para cuando Jacob regresó al hogar veinte años más tarde, Rebeca también había muerto.

Y sin embargo, antes de condenar tan duramente a Rebeca, ¿no fue Dios mismo quién declaró que "el mayor servirá al menor"? ¿Rebeca no habrá estado simplemente "ayudando" a Dios al asegurarse de que su voluntad y sus propósitos se cumplieran?

Cierto, Dios en verdad había declarado exactamente eso, y fue a Rebeca a quién Él habló esas palabras. El mismo hecho de que Rebeca haya ido a Dios cuando estaba embarazada muestra que se había unido a Isaac en su fe y en la adoración al Dios verdadero. El hecho de que haya creído lo que Dios le dijo acerca del futuro de los hijos que estaban en su vientre, y haya empezado a pensar en Jacob como el favorecido por Dios puede haber afectado sus propios sentimientos hacia ambos hijos. Donde ella cometió el error y su fe titubeó fue cuando permitió que su apego a Jacob sustituyera su relación con Dios y con los otros miembros de la familia. Como resultado comenzó a maquinar, manipular y tratar de "ayudar" a Dios a cumplir su promesa, en oposición a la advertencia y la enseñanza de Dios: "La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba" (Proverbios 14:1).

La mujer sabia edifica, la necia derriba. Edificamos nuestra casa cuando edificamos sobre el fundamento de la obediencia reverente a Dios y la fe en su capacidad para hacer lo que ha prometido; la derribamos cuando recurrimos a nuestros propios recursos, más allá de nuestras intenciones. Nuestra desobediencia y necedad no invalidan la capacidad de Dios para cumplir sus propósitos o incluso usar nuestras acciones, ni tampoco invalidan el honor y la dignidad de la maternidad. Sin embargo, ciertamente acarrean consecuencias trágicas.

¿Puede identificarse? ¿Alguna vez se ha encontrado a sí misma tratando de "ayudar "a Dios, especialmente cuando se trata de una situación muy cercana a usted -particularmente si involucra a sus hijos? Todos lo hemos hecho, en mayor o menor grado. Y tratamos de convencernos de que está bien porque, después de todo, nuestras intenciones son buenas y la voluntad de Dios y sus propósitos son siempre buenos, así que ¿por qué iba a estar mal un poquito de manipulación para que se cumpla su voluntad?

Si el ejemplo de Rebeca no es suficiente advertencia, recuerde a Sara, la suegra de Rebeca. Dios había prometido un hijo -finalmente Isaac- a Abraham y a Sara, pero ellos eran ancianos y nada ocurría. Así que Sara decidió ayudar a Dios dando su sierva, Agar, a Abraham para que tuvieran juntos un hijo. De esa unión vino Ismael y más problemas de los que Sara jamás hubiera podido imaginar. Los descendientes de Isaac e Ismael siguen luchando hasta este día, todo porque Sara se impacientó y decidió tomar el problema en sus propias manos.

Entonces, ¿estaba Rebeca fuera de la voluntad de Dios cuando ayudó a Jacob a robar la bendición de Esaú? ¿No debería haber sido suya de todos modos si él iba a regir sobre su hermano mayor? Contestemos esas preguntas planteando otras:

* ¿Era Dios capaz y fiel para cumplir la promesa y el propósito sin el engaño ni la manipulación de Rebeca? Absolutamente. El engaño y la manipulación no son de Dios, nunca. Son características que lisa y llanamente no están presentes en el carácter de Dios.
* ¿Usó Dios las situaciones creadas por engaño y manipulación para cumplir sus propósitos? Otra vez, absolutamente no. Los planes y los propósitos de Dios nunca se desvían por nuestra debilidad y pecado. Dios puede cumplir y cumplirá sus propósitos, a pesar de nuestras elecciones (vea Job 42:2; Romanos 8:28). Sin embargo, no necesariamente invalida las consecuencias de esas decisiones.

Trágicamente, la madre que comenzó su vida con tanta pureza e inocencia acabó sus días esperando a su amado hijo, agonizando por volver a tenerlo en sus brazos y sin vivir lo suficiente para verlo regresar en triunfo con sus esposas, sus hijos, sus rebaños, sus manadas y sus riquezas. El futuro de Jacob como padre de las doce tribus de Israel estaba asegurado, pero los últimos años de la vida de Rebeca -que podría haberlos pasado con los hijos de Jacob en su regazo- fueron vacíos y tristes. Fue un gran precio a pagar, pero la declaración profética de Dios se cumplió, como siempre, se cumple y siempre se cumplirá.

SOLO ES EL CAMINO


Pon tu mirada en la meta, no en el camino que puede estar lleno de dificultades. Aprende a superar los fracasos porque la aflicción es pasajera si creemos en nuestro futuro de bien.


Todos vamos en camino hacia nuestro destino y debemos superar etapas. El hecho de perder en algo no nos hace perdedores. Hay que diferenciar entre un evento y una actitud de vida. Veamos a Dios que también perdió en algún momento con Adán y a Eva por el pecado que cometieron. El Señor se arrepintió de haber hecho al hombre porque le dolió lo que estaban haciendo. El hijo pródigo también se le perdió al Padre Eterno. Entonces, debemos notar que no todas las etapas son para ganar. No debemos anticiparnos a la derrota porque estamos hechos para ganar.

En Juan 16:32-33 vemos que Jesús estaba consciente que en algún momento de su vida se quedaría sin compañía pero realmente no estaría solo porque el Padre siempre lo acompañaría. A veces sentimos que estamos sin compañía, pero no estamos realmente solos porque el Padre está con nosotros. No debes ver lo que pierdes sino lo que sigues teniendo. Imitemos la actitud del Señor y no veamos la aflicción sino el triunfo que podemos lograr en Cristo Jesús.

En la vida tendremos aflicciones por hacer lo malo y por hacer lo bueno. La vida en Cristo es difícil pero sin Él es imposible. Podremos tener aflicción por fumar y también por dejar de hacerlo, por hacer negocios lícitos o por hacer trampas, por decir la verdad o seguir mintiendo. Los inteligentes hemos escogido tener aflicciones por hacer lo bueno porque lo malo, además de afligirnos nos lleva al infierno

RECUERDA OLVIDAR



Aunque nunca he asistido a una de las reuniones de mi instituto de enseñanza secundaria, ¡he escuchado sobre ellas! Mis amigas me han contado acerca de compañeros de clase que siguen siendo de la forma que siempre fueron y de otros cuyas personalidades han cambiado por completo. Informan también que otros son más grandes -¡o más calvos!- y casi irreconocibles. Además, y tristemente, algunos que disfrutaron del éxito mientras estudiaban han seguido el camino del alcoholismo, sufrieron alguna incapacidad física o han enfrentado otras tragedias.

El pasado nos hace quienes somos. Nos enseña lecciones acerca de Dios, de la vida y de nosotros mismos. Aprendemos mucho de lo que queda atrás. Pero nuestro aprendizaje no debe detenerse allí. Debemos tomar esas lecciones y seguir adelante. Y esa es precisamente la verdad que el apóstol Pablo enseña en Filipenses 3:13-14, otro de los pasajes que me hacen crecer y del que quiero hablarles. Después de exaltar a Jesucristo y exhortarnos a que seamos como Él, Pablo nos dice cómo buscar la semejanza a Cristo.

Reconociendo que él aún no ha llegado en su propia búsqueda, Pablo ofrece en Filipenses 3:13-14 tres acciones que lo ayudaron a continuar su progreso hacia la madurez espiritual. Y, mi amada amiga, esas mismas verdades se aplican a tu crecimiento también. Pablo escribe: "Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (NVI).

El primer paso hacia una vida que agrada a Cristo -una vida que culmina en gloria eterna con nuestro Señor- es olvidar lo que queda atrás. El pasado, como tú bien sabes, no siempre es fácil de olvidar. Ya sea un logro anterior que nunca más se ha repetido o algún fracaso que no hemos dejado ir, el pasado puede apropiarse de nuestra mente y nuestro corazón. Yo lo sé, porque pensar mucho en las heridas, insultos y tristezas del pasado hizo una vez que la infelicidad y el llanto fueran parte de mi vida diaria.

Sin embargo, las palabras del apóstol Pablo en Filipenses 3:13-14 vinieron en mi rescate. Me dieron la dirección que necesitaba para vencer -por la gracia de Dios- el estilo de vida negativo que surgió de mis malsanos pensamientos acerca del pasado. Y al igual que Pablo lo es para mí, él puede ser tu maestro y tu ejemplo de olvidar y proseguir. Olvida por completo. Al comenzar a mirar la experiencia de Pablo de olvidar el pasado, permíteme decir que el pasado es importante. Nos moldea, nos enseña y nos recuerda la fidelidad de Dios. Sin embargo, nuestro desarrollo espiritual puede obstaculizarse al prestar demasiada atención al pasado. ¿Cómo es posible?

Hacer mucho hincapié en el pasado puede hacer que se afloje el paso de nuestro andar con Cristo. Es fácil mirar atrás y nunca moverse hacia adelante. Como lo expresa un comentarista: "De seguro mirar atrás termina en ir hacia atrás". El crecimiento cristiano -el proceso de moverse hacia adelante- requiere mirar al futuro y no al pasado. En realidad, un erudito escribe: "El proceso hacia adelante del cristiano se ve obstaculizado si este piensa mucho en el pasado lleno de fracasos y pecados, lleno de penas y desalientos, lleno de desencantos y esperanzas y planes frustrados. Siempre que el cristiano tenga sus cuentas justificadas ante Dios y los hombres, debe olvidar completamente su pasado".

¡El lenguaje de Pablo en Filipenses 3 es fuerte! Otro erudito bíblico escribe: "Cuando Pablo dice que olvida lo que queda atrás, se refiere a un tipo de olvido que no es simple y pasivo. Es un olvido activo, de modo que cuando algún pensamiento... del pasado le pasaba por la mente a Pablo, él inmediatamente lo desterraba de allí... Es una exclusión constante, deliberada de cualquier pensamiento del pasado...". Aun otra fuente de gran erudición explica: "Olvidar es muy fuerte en el griego, [significando] ‘olvidar completamente'" y traduce las palabras de Pablo: "De hecho estoy olvidando completamente las cosas que están detrás".

Tomemos el consejo de Pablo. Los cristianos de otras épocas tomaron el consejo de Pablo de olvidar lo que queda atrás con mucha más seriedad que nosotras hoy. F. B. Meyer, escribiendo en su famoso comentario devocional a fines del siglo XIX, se refirió al "deber de olvidar", y llamó a eliminar el "insano meditar en el pecaminoso pasado". Meyer solicitó a sus lectores que "aprendieran a olvidar... y no insistieran en el pecado pasado". Él explicaba: "Pudiera haber cosas en nuestro pasado de las que nos avergonzamos, que pudieran obsesionarnos, que pudieran reducir nuestro vigor. Pero si las hemos entregado a Dios en confesión y fe, Él las ha echado fuera y las ha olvidado". ¿Su consejo? "Olvídalas y... el pecado que ha... ennegrecido tu expediente, [y] extiéndete a lo que está delante para te des cuenta de la belleza de Jesucristo".

Sigue adelante con fe. No siempre es fácil olvidar lo que queda atrás. Y observa esto: La palabra "olvidando" está en el tiempo presente. Es que olvidar no es un acto que se hace de una vez y por todas. En lugar de eso, al igual que Pablo, debemos mantenernos olvidando estas cosas del pasado que nos estorban. Pablo no quería descansar en sus logros del pasado, tampoco debemos nosotras. Y Pablo no quería que sus errores del pasado le impidieran seguir adelante y tampoco debemos nosotras. Así que, una y otra vez, me he dicho a mí misma: "No, Elizabeth, eso es del pasado. Eso ya terminó. Eso ya no es real. ¡Así que no sigas pensando en eso! No permitas que eso te frene. Olvida cualquier cosa que te impida seguir adelante en fe y tu desarrollo espiritual". He aprendido a mirar al pasado (bueno, ¡la mayoría de las veces!) para recordar la obra de Dios en los problemas y dolores del ayer, para recordar su misericordiosa provisión, presencia, fidelidad y compasión.

Recordar lecciones que Dios nos ha enseñado y olvidar aquellos elementos del pasado que obstaculizarían nuestro progreso pudiera parecer un equilibrio muy difícil de mantener. ¿Qué más nos enseña el apóstol Pablo acerca del "arte de olvidar" esos elementos del pasado que obstaculizarían nuestro crecimiento cristiano y nuestro progreso hacia la semejanza a Cristo?

Una cosa que nos lleva a seguir adelante hacia el crecimiento espiritual saludable es recordar olvidar lo malo que hicimos antes de llegar a ser cristianos. Antes de venir a Jesucristo como Señor y Salvador, Pablo era Saulo, el perseguidor de los cristianos. Fue apodado por un erudito como "el espíritu guiador de la maldad". A Pablo se le describe como actuando con "crueldad brutal... [como] un animal salvaje atacando con fiereza a un cuerpo". La Biblia dice que Pablo "asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel" (Hch. 8:3).

También es muy posible que, en vez de ser un simple testigo del apedreamiento de Esteban, Pablo participara en la sentencia y diera su aprobación incondicional para el asesinato (Hch. 7:58; 8:1). Luego, gracias a Dios, yendo rumbo a Damasco, con cartas en su mano del sumo sacerdote autorizándolo a apresar y llevar a los cristianos a Jerusalén para que fueran juzgados (Hch. 9:1-3), ¡Pablo tuvo un encuentro con Jesucristo! Solo su encuentro con Cristo impidió que las manos de Pablo siguieran manchándose de sangre.

Tú y yo no hemos cometido asesinato, pero es probable que hiciéramos cosas antes de que conociéramos a Cristo que debemos olvidar si vamos a crecer como cristianas. ¿Qué podemos hacer tú y yo cuando recordamos esos pecados pasados?

En primer lugar, recuerda, ¡prohibido pescar! Debemos recordar la verdad de 2 Corintios 5:17: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas". Si eres cristiana, tú -¡sí, tú!- eres una nueva criatura. Has sido creada por completo de nuevo. ¿Qué significa eso? Significa que las viejas cosas, incluso el pecado que cometiste antes de conocer a Jesucristo, ¡se han ido para siempre! Todo lo que eras y todo lo que hiciste cuando no eras cristiana se ha ido para siempre, ha sido quitado al igual que "está lejos el oriente del occidente" (Sal. 103:12). Como le gustaba decir a la escritora y evangelista Corrie ten Boom: "Cuando confesamos nuestros pecados, Dios los echa en lo más profundo del mar y desaparecen para siempre. Y aunque no puedo encontrar un pasaje bíblico para eso, creo que Dios entonces pone un cartel que dice: ‘Prohibido pescar'".

Amada lectora, el amor de Dios por ti conquistó el perdón de tu pecado, tu purificación, tu nuevo nacimiento y tu nuevo comienzo. De seguro, las consecuencias de tus acciones pueden permanecer, ¡pero el pecado como tal es perdonado! Estás cubierta y limpia por la sangre preciosa de Cristo. Puedes, por lo tanto, continuar con tu vida sin vergüenza y sin ser refrenada. Y puedes mostrar tu amor a Dios al negarte a estar pensando en cosas de las cuales Él ya se ha ocupado y ha quitado. Cuando tu pecado pasado viene a tu mente -y lo hará-¡deja de pescar!

Reconoce el perdón de Dios, dale muchas gracias a Él y sigue adelante. En segundo lugar, ¡recuerda proseguir! Además de dejar ir esos pecados cometidos antes de reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador, tú y yo necesitamos dejar ir los pecados que hemos cometido y las malas cosas que nos han ocurrido desde que somos cristianas. El apóstol Pablo, por ejemplo, sufrió mucho por el nombre de Cristo (Hch. 9:16). Sufrió golpes, traiciones, hambre y sed por su fe en Jesucristo (vea 2 Co. 11:23-27). Dios también le permitió a Satanás que afligiera a Pablo con "un aguijón en la carne" (2 Co. 12:7). Estar pensando en estas cosas y preguntar por qué sucedieron, habría obstaculizado el crecimiento espiritual de Pablo y su avance. Por lo tanto, él necesitaba olvidarlas y seguir adelante.

Cualquiera que sea el sufrimiento que has experimentado (desde inexplicables pérdidas hasta un comentario irreflexivo) y sin importar cuándo haya ocurrido (sea hace veinte años o apenas dos minutos), el remedio de Dios es el mismo. No te estanques. No permitas que te obstaculice tu amor por el Señor. No, sigue el consejo del Señor por medio de Pablo: ¡Prosigue! Olvida lo que queda atrás. Deja que quede detrás de ti. Déjalo en el pasado. No permitas que el dolor o las preguntas te mantengan derribado. Mi amada lectora y amiga, haz que tu dolido corazón mire hacia arriba. Reconoce que los caminos de Dios no son tus caminos (Is. 55:8), que los inocentes sufren cuando las personas pecan, que vivimos en un mundo caído. ¡Y luego prosigue! Continúa con tu vida. En otras palabras, ¡recuerda olvidar

LIBRES DEL ESPIRITU DE CONTROL


Seis maneras de identificar un estilo de liderazgo poco saludable en una iglesia o ministerio.

Una semana como esta hace 20 años, mi mundo se estremeció. El 10 de noviembre de 1989, un día después que unos manifestantes alemanes derrumbaron el Muro de Berlín, también cayó un ministerio cristiano del cual fui parte por 11 años.

El Maranatha Campus Ministries era un ministerio de alcance vibrante en los campus universitarios. Fue fundado en Kentucky durante el "Jesus Movement" (Movimiento Jesús) fundado por la apasionada pareja carismática Bob y Rose Weiner, quienes por consiguiente fundaron iglesias en más de 50 universidades estadounidenses. En los buenos tiempos, durante la época de Reagan, los estudiantes de Maranatha llevaron el evangelio alrededor del mundo.

Sin embargo, con todas las buenas intenciones y el entusiasmo por el evangelismo, el ministerio no sobrevivió. Teníamos una falta, un modelo de liderazgo autoritario, lo que hizo peor la falta de consejeros maduros. Cuando los jóvenes pastores de Maranatha crecieron y se dieron cuenta que el ministerio tenía una estructura poco saludable y opresiva, votaron por disolverse. Las iglesias, o se hicieron independientes, se unieron a otros grupos o cerraron.

Mientras tanto, muchos jóvenes que fueron disciplinados en Maranatha tuvieron que lidiar con su forma única de trastorno por estrés postraumático. Se levantaron y se dieron cuenta que Maranatha fue influenciada por el Shepherding Movement (Movimiento del pastoreo) que enseñaba que todos los cristianos debían someterse a pastores personales que daban consejos y aprobaban todas las decisiones.

El Shepherding Movement que tuvo una vasta influencia en muchas iglesias carismáticas, colapsó al mismo tiempo. Dado que viví esa época, soy muy sensible a la manera que el espíritu de control funciona en una iglesia. Puedo asegurarle que las actitudes controladoras destruyen un ministerio. Aquí encontrará seis señales obvias de un espíritu de control en funcionamiento:

1. Poca o ninguna rendición de cuentas. Hay seguridad en la multitud de consejos (vea Pr 11:14). Hay mucho menos seguridad, quizás hasta peligro, cuando un líder no se preocupa en buscar consejos de diversos grupos de sus contemporáneos, así como de los hombres canosos y las mujeres que han tenido la sabiduría que viene con la edad. Si un pastor o líder de la iglesia no está abierto a recibir corrección, va de camino al desastre.

2. El elitismo espiritual. Si hay un espíritu de control en una iglesia, usualmente se le dice a la gente que su grupo es superior. Supuestamente tienen privilegios espirituales de Dios superiores, así como revelación "exclusiva". Si las personas escogen irse, son rechazadas o catalogadas como renegadas. Algunas veces, en casos extremos, maldicen a las personas si se van. (La semana pasada, cuando estuve en Hungría, supe de un líder carismático que maldice a las personas públicamente cuando abandonan la congregación.) Este comportamiento sectario causa inimaginable sufrimiento emocional y también divide a las familias.

3. Una atmósfera opresiva. Los líderes autoritarios saben cómo controlar la gente con la manipulación. En algunos casos, este control puede que simplemente sea en forma de sutiles sugerencias o persuasiones. En gran parte de las situaciones abusivas, puede venir en forma de amenaza, exigencias legalistas, requisitos irrazonables o falsas doctrinas. En algunos casos, especialmente en los círculos carismáticos, puede venir en forma de profecías erróneas o visiones místicas. En tales iglesias, no se le permite a nadie que haga preguntas. La pesadez espiritual cae como una densa nube sobre la congregación, unos pocos creyentes manifiestan gozo genuino, porque están sobrecargados por los sentimientos de culpa y miedo.

4. Dominio con enojo. Los tiranos son sorprendentemente similares. Porque quieren control de su entorno, muchas veces se molestan cuando no se cumple con sus exigencias. Aún así, el apóstol Pablo enseñó que los líderes de la Iglesia no deben ser violentos ni pendencieros, sino apacibles y dulces (vea 1 Tim 3:2-3). Luego, instruyó a Timoteo que el siervo de Dios "no debe ser contencioso, sino amable para con todos" (2 Tim 2:24). Siempre va a encontrar mucho coraje dondequiera que haya un espíritu controlador.

5. Se desanima la dirección individual. La Biblia enseña que cada cristiano tiene acceso directo a Dios a través del mediador, Jesucristo. Cada creyente puede escuchar la voz de Dios personalmente y debe esperar recibir la dirección de Dios.

No obstante, en las iglesias autoritarias, a los miembros no se les anima a buscar la dirección de Dios por sí mismos. En vez de eso, se les anima a conformarse a las preferencias del líder o el grupo. En algunos casos, los líderes le han enseñado a su congregación a buscar consejos y aprobación de un pastor antes de tomar grandes decisiones. Los miembros de la iglesia desarrollan una dependencia poco saludable en el hombre para funcionar espiritualmente, y su habilidad para confiar en Dios se reduce.

Esta clase de control es emocionalmente atroz. Para muchos que se han sometido a la filosofía detrás del Shepherding Movement, les tomó años recuperarse de la pérdida de su habilidad para tomar decisiones. Relegaron su voluntad y perdieron su identidad porque vieron la absoluta obediencia a sus líderes espirituales como una virtud cristiana.

6. Las mujeres se consideran inferiores. Algunas iglesias hoy día permiten la ordenación de mujeres hasta como pastoras u obispos, mientras que otras mantienen que las Escrituras no permiten que las mujeres tengan estas posiciones. Aparte de estas diferencias de opiniones en la interpretación bíblica, se debe señalar que las iglesias autoritarias desaniman a las mujeres de buscar un genuino rol en el ministerio. Se ven a las mujeres como útiles sólo en sus funciones de esposas y madres, y no las animan a dar pasos más allá para buscar oportunidades en el ministerio.

Esta baja visión de la mujer lleva al hombre a tratarlas como objetos sexuales ordenados por Dios o como ignorantes que sólo sirven para hacer trabajos de ínfima importancia. A las mujeres que tienen dones de liderazgo, las catalogan de rebeldes o "Jezabeles".

Cuando el Muro de Berlín cayó en 1989, hubo murallas similares del control comunista que cayeron en sucesión hasta que se desplomó la Unión Soviética. Todavía las murallas de cautiverio espiritual existen en muchas partes de la Iglesia, y el fantasma del Shepherding Movement aún acosa.

Somos llamados a ser emancipadores, no esclavizadores. Mientras buscamos construir iglesias saludables, recordemos estas palabras de Gálatas 5:1: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud".


J. Lee Grady es el editor de la revista Charisma, una publicación de Strang Communications.

LIBRE DE VERGÜENZA


¿Tiene una naturaleza basada en la vergüenza? ¿Está arraigado o plantado en la vergüenza? La maldición y el poder de la vergüenza pueden ser arrancados de usted por el poder de Dios. Sabemos por Isaías 54:4 que el Señor ha prometido quitar la vergüenza y la deshonra de nosotros para que nunca más las recordemos. De hecho, Dios ha prometido que en su lugar derramará sobre nosotros una doble bendición. Poseeremos una doble porción de lo que hemos perdido, y tendremos gozo perpetuo (vea Isaías 61:7).

Póngase firme en la Palabra de Dios. Eche raíces y plántese, no en la vergüenza y la deshonra, sino en el amor de Cristo, estando completo en Él.

Pida al Señor que obre un milagro de sanidad en su mente, voluntad y emociones. Permítale entrar y completar lo que Él vino a hacer: sanar su corazón quebrantado, vendar sus heridas, darle hermosura en lugar de cenizas, gozo en lugar de luto, manto de alabanza en vez de opresión, y un doble honor, en vez de una doble vergüenza (vea Isaías 61:1-3).

Determínese, desde este momento en adelante, a rechazar las raíces de amargura, vergüenza, pesimismo y perfeccionismo, y a alimentar las raíces del gozo, la paz, el amor y el poder.

Por la fe, trace la línea de la sangre de Cristo a través de su vida, y declare con valentía que está sano de los dolores y heridas de su pasado; ha sido liberado a una nueva vida de salud y sanidad. Continúe alabando al Señor y declarando su Palabra sobre usted mismo, solicitando perdón, limpieza y sanidad.

Deje de culparse y sentir remordimientos, de sentirse indigno, y como si nadie lo amara. En cambio, comience a decir: "Si Dios es por mí, ¿quién puede estar contra mí? Dios me ama, y yo me amo. ¡Gloria al Señor, soy libre en el nombre de Jesús, amén!".